De cómo ha llegado el Estado a ser el enemigo de los ciudadanos.

hay quien vive en su globo olvidando a quienes le sostienen

   Algunos viven en su Globo olvidando a quienes le sostienen

Puede que usted, lector, no esté de acuerdo con lo que predica el título de este artículo; puede que usted, lector, piense que el estado es su amigo. Si es así, estoy por decirle que no siga leyendo: este artículo no es para los amigos del Estado, ellos ni lo entenderán e, incluso, algún alma bendita se nos escandalice por lo que aquí se va a exponer.

Es posible que usted sea amigo del Estado y reciba de él salario y parabienes. Sea funcionario, principalmente, o político o proveedor de servicios u obras. O, puede, también, que sea lector acérrimo de Hobbes. Pero, para los demás, esos que viven con desagrado el levantarse cada día sometidos al Leviatán, la vida les resulta cuanto menos irritante, cuando no horripilante.

Ah, y conste que hablo del Estado de este país llamado España. Posiblemente lo que diré vale para otros muchos, en mayor o menor grado. Pero me basta con éste: y es que España es mucha España… para los españoles.

Después de considerar varias opciones -la corrupción, la impunidad, la falsificación de la voluntad popular con urnas manipuladas en elecciones financiadas irregularmente, la concentración de los medios de comunicación en manos de una oligarquía financiera, la merma en los servicios públicos o los baches de la carretera- he llegado a la conclusión de que lo que nos produce mayor irritación es el estatus privilegiado de quienes viven directamente o indirectamente del Estado.

Los privilegios son como el zumbido de las abejas en verano, están en todas partes pero no podemos acercarnos a ellas sin el temor a que nos suelten un picotazo. ¿Quiénes son nuestras “abejas” del Estado?

¿Quiénes son los favorecidos del Estado español? Por orden son los siguientes: los funcionarios, los políticos y las empresas que “tratan” con el Estado. Todos ellos se reparten de una u otra forma, y en mayor o menor grado, los dineros que directa o indirectamente pagamos todos. Ellos viven mucho del sudor de los demás y algo del propio. Unos aportan más y otros menos. Unos roban y otros no; pero todos maman de la misma teta y todos son privilegiados respecto a la mayoría de los ciudadanos.

Hago hincapié en los funcionarios. Espero que no se me cabreen demasiado mis amigos, que los tengo, que dependen de la función pública. Pero no pueden, en rigor, pretender que su estatus no tiene privilegio respecto al de los demás trabajadores. Y la gente anda cabreada con el Estado por su causa, entre otras.

Es cierto que hay muchos tipos de funcionarios: desde los que trabajan en la mera Administración -en todos los niveles- hasta los médicos, maestros, militares y policías, funcionarios de justicia, jueces y bedeles y más. También es cierto, que aquellos que trabajan en la Administración -desde el oficial al técnico- se llevan buena parte del odio ciudadano. Sentaditos sus horitas, con el periódico a ratos, haciendo pajaritas, despreciativos con el ciudadanos, escapados al bar eternamente, tan panchos y frescos, con sus horas extra, sus vacaciones, sus largos fines de semana, su vuelva ud mañana le falta la póliza redonda… así son percibidos -con justicia, aunque no siempre- por muchos ciudadanos como los causantes de parte de la desgracia del país.

Y es en tiempos de crisis y tribulación cuando más sensible se vuelve la piel de los incluso, muchos, incluso, caen en la pobreza. Y esa sensibilidad se vuelve verdadera irritación hacía lo que sienten como uno de los mayores privilegios a los que el común de la población no tiene derecho: la plaza en propiedad. Es sabido que los funcionarios, en contra de lo que ocurre con los demás trabajadores (incluidos los políticos), no pueden ser despedidos. Bueno, pueden; pero sólo si asesinan al jefe o algo de gravedad similar. En caso contrario, ya pueden ser unos verdaderos holgazanes o inútiles que tanto da: su curro y su nómina está asegurada. En eso, son iguales los administrativos, los técnicos de urbanismo, los maestros, los sanitarios y los maestros (ah,mejor no nombro demasiado a los milicos…)

Ese privilegio resulta realmente molesto cuando, como ha ocurrido estos años, uno de cada cuatro españolitos está en paro. Claro que si quitamos del cálculo los funcionarios, nos sale que son uno de cada tres trabajadores por cuenta ajena quienes se han quedado sin trabajo y, a la larga, sin prestación. Cabreo supino. Es lo que hay.

Y cuando el ciudadano expresa ese cabreo, sale el listillo paniaguado de turno recordándole que él se sacó unas oposiciones. Como si los demás no hubieran estudiado, ni trabajado, ni hecho mérito alguno en su vida. Cuando el ciudadano de a pie escucha tan insultante argumento no puede dejar de recordar que él pasa oposiciones cada día, cada semana y cada mes, porque si no rinde lo que el empresario espera de él todos los meses, será despedido sin contemplaciones. E incluso cumpliendo, si la empresa precisa una regulación, también puede quedarse en la rua y haciendo cola en el INEM, donde un amable funcionario no le solucionará el problema («coño, debe pensar nuestro parado de larga duración, ¿para qué carajo sirven esos tipos si no es para encontrarnos curro a quienes venimos aquí?, ¿para qué les pagamos entonces?, y cosas así….). Ya no les digo cuando ese pobre parado en lugar de preparar unas oposiciones, lo que hizo, años ha, fue sacarse dos carreras, un master, un doctorado y el cinturón marrón de judo: saldrá de la oficina del INEM alucinando pepinillos. Con suerte le darán un curro en infoJob de vendedor de seguros o aspiradoras o algo similar.

El Privilegio es la esencia del Estado. Y más en las monarquías: si en la cumbre del poder hay un tipo que no sólo es riquísimo porque todos se lo pagamos y consentimos, sino que tiene cargo vitalicio y hereditario y, por si fuera poco, está por encima de la ley y no puede ser juzgado por muchos desmanes que se le ocurra perpetrar; entonces, la esencia del privilegio que se desprende de su capa se extenderá como una mancha de aceite desde los puestos más altos del escalafón hasta el más mísero sirviente del estado, el bedel de una escuela manchega, por ejemplo, cuyo salario es chiquitín (cual mileurista con 14 pagas, ¡quién lo pillara, eh!; pero con su puesto asegurado, su paga exacta y su jubilación anticipada)

El Privilegio es la esencia del Estado, repito. Y el privilegio es el trabajo fijo y, también, la consideración social que acarrea. ¿Se han preguntado ustedes qué le ocurre a un trabajador autónomo (lo peorcillo, sí) cuando quiere adquirir una vivienda y se dirige a un banco a solicitar una hipoteca, o un préstamo para pagar el master de su hijo, o los gastos del Erasmus, o una nueva dentadura para su abuela? No les descubriré nada nuevo si les digo que no le ocurrirá lo mismo que a un funcionario. A nuestro funcionario el director del banco le pondrá una alfombra, lo tratará con respeto y echará mano de esos créditos “para funcionarios” con interés privilegiado, que todos los bancos tienen a su disposición. Al pobre autónomo -y a los demás curreles, igual- le pedirá el oro y el moro -que tenga más dinero del que pide, normalmente- el aval del padre, la madre, la suegra y un piso de cualquiera de ellos puesto como garantía adicional. Y, a veces, ni por esas. Así, que el acceso a la vivienda, la sanidad privada y la enseñanza de la buena, están condicionados a si uno pertenece a la clase funcionarial o no.

No se me cabreen, señores funcionarios: no digo nada que los más listos y sensibles de ustedes no sepan. Detecto, incluso, que la ferocidad con la que públicamente defendieron sus salarios cuando se los tocó el gobierno (¡ay, ese 5%!), ha dejado paso a cierto sentido de vergüenza, vista la miseria en la que han caído muchos de sus conciudadanos. Algo es algo: tampoco les vamos a pedir que renuncien a sus privilegios, por no pedir imposibles. Algo de empatía ya nos vale.

Además de la pedante vanagloria de haber ganado unas oposiciones en la vida, resulta casi igual de irritante otra parte de la cháchara funcionarial: cuando echan la culpa de todo a “los políticos”, como si ellos no tuvieran nada que ver con el funcionamiento de la cosa pública (y en la tónica tan conservadora de suponer que todos los que se dedican a la política son iguales) ¿Vergüenza torera?; ¡no!, desfachatez funcionarial: les joroba que les mande alguien a quien vota el pueblo cada cuatro años. De hecho, uno de los problemas mayores con que cualquier gobierno que quiera realizar mejoras y cambios reales en el Estado es lidiar con la clase funcionarial: varios millones de personas agarradas a la teta de las arcas públicas y reacias a responsabilizarse de su trabajo más allá de lo que les dé la real gana, y de quienes no se puede prescindir por ley. ¡Vaya problemón tiene con ellos ese hipotético político! Imaginen ustedes que ocurriese lo mismo en una empresa que no funciona porque algunos de sus empleados no van a trabajar o lo hacen mal ¡y resultara que no se les puede sustituir por otros más eficaces! El futuro de esa empresa estaría cantado ¿verdad? Pues ese es el estado de las cosas que cualquier político se encuentra al llegar al poder.

Ahora, un ejemplo para dejar claras las cosas y que muchos recordarán todavía: tras la muerte del Dictador Franco el país se metió en eso que desde entonces venimos llamando Transición, pasando de una autarquía a una democracia (o algo parecido). En ese momento el Estado del Generalísimo tenía y se mantenía sobre una clase funcionarial que vivía de la dictadura y había sido opositada (escogida) por ella, con el consecuente servilismo a sus ideas (y una excusable cobardía, también) La nueva “democracia” tuvo que apechugar con esos funcionarios del franquismo: el dictador murió, sus funcionarios se quedaron. Todos. Intocables. Ya no les digo los de los cuerpos de seguridad del estado… Hubo que construir “esto” con ellos y a pesar de ellos… y hasta hoy. Es paradigmático lo que ocurre en la magistratura, donde la transición no llegó jamás, como todo el mundo sabe (y del Ejército, lo dicho: mejor no hablar…)

Podría seguir rato comparando la situación de estos privilegiados con la que sufren el común de los curreles de este país; pero sería darle vueltas a lo obvio: el privilegio.

Yo me pregunto… no, mejor se lo pregunto a ustedes: si el Estado es de todos, el trabajo que proporciona ¿no debería ser de todos? Pues, sí esto es así: ¿por qué no convertimos los trabajos funcionariales en rotativos? Pues en este país, con cinco millones de parados, resulta irritante que se mantenga el privilegio de unos pocos sobre la miseria de muchos. Igual que se hacía con el servicio militar. Al menos, hasta que la Utopía sea posible… (a pesar, obviamente, de los funcionarios: conservadores hasta la médula, aunque en ocasiones voten a una izquierda que les hace la pelota mejor que otros)

Es sólo una idea la repartir el trabajo del Estado, pues el Estado somos todos, o deberíamos serlo. Porque lo que es ahora, la mayoría, sentimos al Estado como al recaudador de Robin Hood: un enemigo del pueblo.

  • (pdta: por supuesto, existen otros actores que hacen del Estado el enemigo número uno de muchos ciudadanos; hoy tocaban los funcionarios, entre los que tengo buenos amigos que espero no se me cabreen en demasía. Pero una cosa es la amistad… y otra la puta realidad. Y compadézcanse de mí: que nada hay más políticamente incorrecto que meterse con los funcionarios, una verdadera tentación…)